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Desde el #12F en Venezuela entera han ocurrido innumerables manifestaciones de rechazo a una serie de profundos problemas en el país. Para el gobierno nacional, responsable principal de estos problemas, es preciso tapar los oídos de sus seguidores para que no se oiga un mensaje que resuena en todas las clases sociales: quienes protestan quieren que se enfrente la inseguridad, que se controle la inflación, que se acabe la escasez, que se acabe la impunidad, que se persiga la corrupción. El gobierno tiene que interrumpir ese mensaje, pues el mismo representa un canal conector para todos los venezolanos. Si opositores y oficialistas se llegasen a unir para solicitar soluciones a los problemas comunes el gobierno nacional se encontraría arrinconado, presa de un profundo descontento popular. Para evitar esa conexión es necesaria la polarización, y para lograrla el gobierno se vale de un artificio mil veces repetido pero hasta ahora infalible: satanizar al contrario. Así, vemos como argumentan que el fascismo internacional ha planificado este escenario de multitudinarias protestas través de medios de comunicación neoliberales, diplomáticos gringos, parapolíticos colombianos y oligarcas locales, los cuales han manipulado a unos grupetes de estudiantes sifrinos del este de Caracas y otras zonas pudientes de las ciudades del país para que estos, actuando cual peones, desestabilicen el orden público y persigan un golpe de estado.

Deconstruyamos un poco los pilares de este argumento para encontrar su mayor debilidad. Para que el discurso existencial del gobierno pueda sostenerse es preciso contar con un estudiante que encaje en la etiqueta que ellos le colocan a los opositores. Para tal fin el gobierno ha diseñado con sumo cuidado el arquetipo del opositor, al que llaman “odiositor”, un energúmeno que es (1) eurodescendiente (blanquito), (2) proveniente de la clase alta o media alta (ricachón), (3) seguidor ciego del capitalismo (pitiyanqui), (4) repleto de prejuicios de clase (clasista/racista) y (5) defensor a ultranza del uso de la violencia en contra del pueblo (asesino). Al final, este personaje nefasto concuerda con la etiqueta genérica que engloba su mensaje de satanización: fascismo. Prestemos atención al uso del lenguaje cuando se hace con estudiados fines estratégicos, esta palabra es esencial. Mientras más se repita más se refuerza el mensaje del gobierno. Y solo si el mensaje del gobierno es absorbido por el pueblo oficialista tiene sentido en la cabeza de muchos el sofisma vital de su discurso: los que protestan en Venezuela son fascistas. Así, reprimirlos no suena reprochable, porque son unos fascistas. Más importante aún, ¿quién va a escuchar el mensaje de un fascista? Y si no se escucha el mensaje no se pueden tender puentes. Y sin puentes que unan a chavistas y opositores no hay salida a este gobierno. Mientras sigamos por esta ruta los tendremos gobernando por más tiempo que Cuba ha tenido a los Castro.

Sin embargo, de pronto se vuelve viral en las redes sociales una serie de videos llamados el #BetaPolítico, en donde un individuo joven, cuyo fenotipo demuestra el profundo mestizaje histórico entre negro, indio y español que corre por las venas de nuestro pueblo, critica al gobierno y se une con decisión a la protesta. Este sujeto, que vive en un barrio famoso por su inseguridad en el centro de Caracas y proviene de una familia humilde en un pueblo en el oriente del país (El Tigre), se desmarca con absoluta claridad del uso de la violencia y la denuncia sin remilgos, venga de donde venga. Si bien critica con pugnacidad al gobierno, también ataca a la oposición y la corrupción en sus filas. No le jura lealtad a grupo político alguno ni pertenece a ningún partido. Habla con propiedad sobre los colectivos chavistas, muchos de los cuales conoce de cerca, así como de su cercana amistad con numerosos seguidores del gobierno. Se declara de izquierda y dice que apoya gran parte de las propuestas del Plan de la Patria, obra de Chávez, pero asegura que este gobierno no las lleva ni las llevará a cabo, por eso no los apoya. Organiza ideas con un lenguaje tan certero que evidencia profundidad en el análisis y tan claro que le permite a cualquiera conectarse con el mensaje. Este individuo no es ni blanquito, ni ricachón, ni pitiyanqui, ni clasista, ni racista, ni asesino. Este tipo no encaja en la etiqueta del fascista. Y este señor, que no es fascista, protesta, pacíficamente. Así, Julio “Coco” derrumba el sofisma: es mentira que los que protestan son fascistas. Digamos esto alto y claro.

Desenmascarar el sofisma es preciso pues genera la pregunta que necesitamos que cale con profundidad en el pueblo chavista: ¿por qué protestan? Ahí entramos en terrenos ontológicos, la razón de ser de las protestas, el único plano en el que se producen puentes que conectan a los venezolanos de todas las clases, el de los verdaderos problemas del país: inseguridad, escasez, inflación, corrupción, impunidad. Por eso se protesta. El pueblo chavista sufre, como el que más, los problemas del país, y lo resienten. Este sufrimiento genera críticas naturales al gobierno dentro de sus mismos simpatizantes. Cuando estas críticas pesan lo suficiente para considerar que deben buscarse alternativas al status quo se genera algo distinto lo que se llama disidencia, la cual el mismo Julio “Coco” ha identificado. Importante es diferenciarlos de los opositores, que no simpatizan con el gobierno, los disidentes nacen de las filas del gobierno. Millones de simpatizantes del gobierno están ahora mismo descontentos, pero en su mayoría no consideran que existan alternativas viables a las del gobierno para resolver los problemas. Es decir, pese a su descontento aún no están dispuestos a cambiar el status quo, pues no encuentran cómo cambiarlo por algo que les parezca mejor. Debemos entender algo, los líderes de la oposición ya han sido fijados en el imaginario popular chavista como seres que encajan de forma certera en el arquetipo del opositor generado por la maquinaria de propaganda del gobierno. Ni Capriles, ni Leopoldo, ni María Corina, ni Ledezma puede escapar a esa etiqueta en la que les han encasillado frente a los ojos de millones de personas que alguna vez creyeron en Hugo Chávez. Estos líderes son demasiado opositores y el pueblo chavista no va a confiar en uno de ellos, por muy descontento que esté. Por lo tanto, las protestas que se identifican con estos líderes son, para los chavistas descontentos, las protestas de la oposición, no las suyas.

Hasta tanto los simpatizantes del gobierno no reconozcan que esas protestas son por los mismos problemas que ellos sufren y no las asuman como suyas no habrá una salida a la crisis política del país. Alternativamente, si se logra que los chavistas descontentos se unan a la protesta, tornándose por fin en verdadera disidencia, y se hace hombro con hombro con unos opositores que a su vez les reconozcan y les den la bienvenida, nos encontraríamos ciertamente frente a la estocada final al poder popular del gobierno.

Démosle un enfoque teórico más profundo a esta hipótesis. Ya en 2010 un politólogo chileno dado a estudiar el escenario venezolano, Fernando Mires, lo explicó en un artículo que tituló “Venezuela: la salida será por el centro”. Expone Mires, con erudición, que el hecho de que “tenga lugar una relación dialéctica entre oposición y disidencia (…) es (…) el preámbulo del descenso de toda dictadura”. Identificó el autor a Henri Falcón como un posible catalizador para esta relación dialéctica, pero advirtió también que la falta de olfato político le podía convertir en un socialdemócrata opositor más, como tristemente vemos hoy que ocurrió. Mires se lanza a revelar las claves del descenso dictatorial con teoría política y ejemplos históricos. Establece –basado en Poulantzas- tres condiciones para la democratización de una dictadura: que se genere una disidencia dentro de los seguidores del régimen, que esta disidencia se articule con la oposición democrática y que  la democratización pase por una modernización económica a nivel internacional.

El pueblo venezolano que está menos polarizado entiende instintivamente lo que Mires enuncia, aunque no pueda articularlo con tal ilustración. Sin embargo, el diálogo entre disidencia y oposición no ha ocurrido por la evidente polarización. No hay lugar en el chavismo para críticas, los disidentes son aplastados y vilipendiados. No hay espacio en la oposición para gente que no milite en los partidos políticos, los cuales carecen de credibilidad popular. No existían, hasta ahora, condiciones para que individuos ajenos a la polarización tuvieran una plataforma a través de la cual llegar al resto del país. Sin embargo, el gobierno ha pecado de soberbio y ambicioso y ha generado esas condiciones. En un intento por demostrar su poderío se dedicó a extirpar los espacios de difusión de mensajes y proyección de líderes opositores. Globovisión fue comprado y su línea editorial le hizo perder casi toda su audiencia y sus reporteros. Allí se daba cabida a los opositores radicales o previamente etiquetados, las voces que la disidencia hubiese podido reconocer no resonaban en sus pantallas. Bajo el esquema de unos niveles alarmantes de autocensura a los que el gobierno condujo a todos los canales de televisión se presenta un escenario de manifestaciones en múltiples focos del país que están ocurriendo desde que unos estudiantes tachirenses fuesen arrestados por lanzar piedras a la casa del gobernador Vielma Mora. Le sigue una horrenda represión, guarimbas omnipresentes y un auto de detención y posterior entrega de Leopoldo López. Hay muertos, heridos, torturados, calles cerradas, una interrupción de la vida cotidiana. Y no sale nada por televisión, salvo las condenas ciegas del gobierno con su repetitivo discurso. El venezolano, aun el chavista, no se puede quedar sólo con el discurso de Maduro en VTV y el saludo a la bandera en todos los demás canales.

Y aquí llegamos al tema central de este documento: ¿por qué se han hecho virales los videos y memes de Julio “Coco”? Como dijimos, su imagen de mestizo que vive en un barrio de Caracas, que se identifica con la izquierda y muchas ideas de Chávez, que habla con respeto hacia el pueblo chavista con el cual se identifica y que denuncia la violencia de cualquier bando, derrumba el sofisma de que quien protesta es un fascista. Pero mucho más allá de esto, el venezolano siente una necesidad imperiosa por informarse y lo único que suple el espacio vacío dejado por las televisoras son las redes sociales. Y allí hay tantas líneas editoriales como usuarios. Con millones de venezolanos volcados a las computadoras y teléfonos inteligentes, con una sed insaciable de obtener información y escuchar algún análisis, por primera vez desde que Chávez llegó al poder en 1998 se encontró una plataforma con la masa crítica requerida para darle espacio al elusivo y paradójicamente ordinario sujeto que permita la articulación de la disidencia con la oposición. Y nos encontramos con una paradoja: tenemos años buscando un individuo que pueda unir la disidencia con la oposición y nos lo encontramos parado por todo este tiempo allí, diciendo por todo este tiempo lo mismo, pensando por años de la misma forma. Julio “Coco” no es un individuo excepcional, es un ciudadano ordinario que cumple, como tantos otros millares de venezolanos, con unas características que lo arrojan en el medio entre disidentes y opositores. No propongo que sigamos a Julio ‘’Coco” como a un mesías, nada más lejos de mi intención. No es él como individuo, es él como arquetipo. Así como el chavismo diseñó la imagen del opositor fascista para polarizar, Julio “Coco” es la articulada representación del venezolano puente entre disidencia y opositor, el antídoto a la polarización. Debemos reconocerlo y darle los espacios para que podamos tender los puentes entre oposición y disidencia. Y generar espacios y condiciones para tantos otros como él.

Por muchos años no hemos detenido la vista en ninguno de los millares de Julio Cocos que hacen vida política, hasta ahora nos habían sido elusivos bajo las sombras de la polarización. Necesario es reparar en ellos ahora. Es nuestra única alternativa a la dictadura. Por eso no podemos dejar de verlo, porque en él reconocemos el canal de conexión entre chavistas y opositores que habíamos estado buscando todo este tiempo.  En él reconocemos el camino de salida de esta dictadura.