Para emprender este artículo vamos a dilucidar el
significado y dimensión de ese valor esencial para la convivencia llamado
Respeto. La
palabra respeto proviene del latín respectus
y significa “atención” o
“consideración”. Es, de acuerdo al diccionario de la Real Academia Española (RAE),
aquello relacionado con la veneración o el acatamiento que se hace a alguien.
El respeto incluye miramiento, consideración y deferencia. Así pues el respeto es lo que hace posible
que una sociedad viva en paz, en sana concordia con los otros, con la
naturaleza, los animales, y como no, con las normas y las instituciones. El respeto podría resumirse en la expresión: no hagas a los demás lo que no quieres
que te hagan a ti.
En
ese orden de ideas, es pertinente traer aquí a colación las sistemáticas faltas
de respeto de las que somos objeto quienes vivimos en este vejado e irrespetado
país, en el que la intolerancia con las ideas contrarias, la ausencia de
valores, la soberbia, el egocentrismo y el abuso de poder son algunos de los
elementos que más frecuentemente originan la infracción de un derecho tan
fundamental. En Venezuela no solo nos irrespeta el Estado, sus instituciones y
quienes ejecutan las leyes de la república, sino también el hampa, los comerciantes; los motorizados;
los servicios públicos; los policías y los uniformados. Hoy en día, además existe
entre nosotros una legión extranjera (por todos conocida), que ha penetrado en
las raíces de los sectores civiles y militares que nos involucran, con la
anuencia de un aparato ideológico y burocrático desvinculado de las verdaderas
necesidades del país. En tal sentido, es
lógico que quienes nos abusan, nos sometan y nos ocupan, no nos inspiren el más
mínimo respeto. Caso contrario sería preocupante pues estaríamos en presencia
de un síndrome de Estocolmo colectivo. Que el
gobierno les haya entregado el país a los ocupantes cubanos, no significa que
el país se haya entregado a ellos. Por eso les exigimos respeto.
Una mínima cantidad de los
‘privados de libertad’ dentro de las cárceles venezolanas le han
perdido el respeto al sistema de justicia, y por la vía de unas armas de fuego
mal habidas, siembran el miedo, que es su forma de interpretar el respeto.
Sabido es que los pranes han
instaurado sus propias reglas en los centros de reclusión, por encima incluso de
la custodia y de la GNB, sometiendo a su vez a los demás presos y contribuyendo
con su desgracia.
En
las autopistas y avenidas de nuestras ciudades, cierto tipo de motorizados se
dan a respetar gracias a la hostilidad que desperdician desde sus dos ruedas;
extrañamente, éstos a su vez exigen respeto a la ley lo cual en sí mismo es un
oxímoron. Y así sucesivamente, se nos haría interminable la lista de irrespetos
que los ciudadanos padecemos y que nos toca sobrellevar a diario. Pero aun
cuando seamos conscientes de nuestra vulnerabilidad ante la ley, y ante el
Estado, hemos permanecido resignados tragando grueso una realidad indigerible,
esperando un liderazgo que conduzca nuestras frustraciones como ciudadanos, se
nos hace más cuesta arriba asimilar lo inadmisible. Sin embargo, las llamadas asambleas que se produjeron en
todo el país el pasado domingo, 2 de febrero son ejemplo de lo que es capaz la
ciudadanía cuando es canalizado su descontento. Desde lo colectivo es posible
transformar ese sentimiento en discusiones, debates y propuestas creativas y
efectivas para el bien común. Siguiendo
el orden de quienes nos irrespetan, no es sorpresa que el señor a quien Fidel Castro llamó “nuestro hombre en
Caracas” que por la gracia de un CNE atornillado y proxeneta se hizo
“presidente”, haya salido a vociferar con su acostumbrada impunidad lingüística
insultando y desconociendo a una disidencia que sobrepasa la mitad del país. Un
pueblo que lo adversa desde distintos flancos, incluyendo esos venezolanos
tradicionalmente adscritos al proceso bolivariano. Que sea sentencioso y falta
de respeto con cualquier tipo de descontento ciudadano con su gestión, no es
una rareza. Lo que causa extrañamiento,
es que un gobernador, otrora principal líder opositor, sea quien nos desconozca.
Con ese liderazgo contribuimos todos, y cuanto éste entregó
al país en cuerpo y alma, se lo agradecemos. Pudo haber sido un importante
agente de cambio y por eso empeñamos todas nuestras esperanzas en él, lo cual
se manifestó en los votos ganados. Que después los escrutinios se hayan
tropezado con el elefantiásico poder electoral que se paga y se da el vuelto,
es otra cosa. Actualmente, y bajo su investidura de gobernador, es razonable
que se preocupe por buscar soluciones a la violencia desmedida que nos azota, esto
puede considerarse su deber como funcionario público; pero de ahí a irrespetar
al pueblo que salió a la calle el domingo, convocado no por él sino por otros
liderazgos, es sencillamente inaceptable.
Como ya se dijo, en la acera de enfrente hay otros compatriotas
todavía discípulos del ideal bolivariano-chavista que se están atreviendo a
desmarcarse del actual gobierno, lo que merece profundo respeto. Desde sus propias
trincheras, ellos no dejan de alzar su voz a pesar de que después ésta intente
silenciarse por el aparato regulador del gobierno que lo intimida y que
criminaliza su protesta. Las asambleas de ciudadanos desarrolladas en diversos
lugares del país el pasado 2 de febrero, aunque se dieran lugar sin el
reconocimiento de cierta oposición, no por eso pudieron frenarse. El
descontento y la indignación fueron elocuentes. Entonces merecen respeto quienes se expusieron
a los perdigonazos de la irrespetuosa GNB y los que fueron detenidos. Merecen
respeto un montón de líderes anónimos que día a día protagonizan el trabajo
político en las comunidades, en los barrios, en los centros de trabajo.