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   Como se sospechaba desde hace meses, el año 2014 en Venezuela traería consigo el cenit de las tensiones sociales; habida cuenta de la destrucción sistemática y acelerada del aparato productivo, de la opresión económica, y de la frustración  acumulada tras dos eventos electorales de pacifismo forzoso. Ante un panorama no-electoral, no quedó más alternativa que salir a la calle a expresar visceralmente el descontento represado.

   No obstante, a pesar de las protestas sostenidas y desorganizadas en varios puntos del país, y más por un asunto de hastío que de cambio de conciencia, las mismas se han elevado –políticamente- respecto a las anteriores. A despecho de los quince años que nos preceden, la gente ya no desea bailoterapias, ni festivales musicales como reclamo, ni marchar inocuamente de un punto de la ciudad a otro. El recurso del grito, de la cacerola y del agitar banderitas se agotó. La protesta opositora anquilosada, empantanada, errática y abstracta, dada su inefectividad histórica, decidió cambiar finalmente a su inmediato superior: la protesta inteligente.

   Para hacer protesta inteligente hay que ser inteligente. Y para ser inteligente hay que pensar. ¿Y qué se ha pensado? Que, ultimadamente, luego de quince años de un modelo de protesta que ya no funciona, luego de constatar que la élite gobernante no es democrática, luego de recordar que por la misma razón se han apoderado de todos los poderes públicos y que no hay espacio para invocar a la Constitución, luego de observar cómo han convertido a los militares y a células paramilitares en sus mercenarios; y, sobre todo, luego de palpar que después del pasado 8D aún hay una mitad del país que comulga con el oficialismo;  después de todo eso, se ha pensado que la oposición tiene que cambiar radicalmente. Tiene que enseriarse y volverse pragmática y efectiva. Como todo cambio sincero es orgánico, y surge de lo interior para expresarse en lo exterior, este nuevo pensamiento apunta a que el opositor, como ciudadano, ya no es el mismo.
Los presupuestos de esta nueva clase de oposición son los siguientes:
·        Dado los indicadores económicos, los índices de inseguridad y la hegemonía comunicacional, factores que se han elevado exponencialmente en vez de mantenerse o retroceder en estos quince años, al gobierno no puede acusársele de incapacidad sino de destrucción premeditada.
·        La centralización y discreción de los poderes públicos a favor de un partido evidencia que sólo hay un Estado de Derecho aparente. No se puede perder el tiempo con argumentos leguleyos, pues eso implica jugar un paso atrás del gobierno. Incluso legitimarlo.
·        La naturaleza de la élite gobernante es autocrática y militar, y como tal, los militares y los colectivos son su fuerza principal de amedrentamiento y represión. A su vez, la base que legitima este uso desproporcionado de la fuerza son las bases oficialistas, que representan la voluntad de la mitad del país.
·        Al  contrario de la acción opositora tradicional, la dirección de la nueva protesta implica organización, compromiso,  y la postulación y seguimiento de objetivos respetuosos, concretos e inmediatos; todo esto, a través de una vía pacífica. La «calle» ya no es necesariamente la calle.
·        La lucha radical en contra de la voluntad de la otra mitad de los venezolanos sólo conduciría a las mismas circunstancias actuales, contribuirían a que seamos tontos útiles del gobierno que se pretende cambiar.
   Así las cosas, la única salida posible para al menos conseguir la restitución de la república consiste en la erosión de las bases sobre las cuales se sustenta el gobierno. Esto es, el trabajo conjunto con el oficialista que, al igual que el opositor, no desea el rumbo que Venezuela está tomando en este momento..
   Resultará un grandísimo reto que el opositor de este nuevo talante oriente sus esfuerzos al entendimiento del que le adversa, partiendo incluso desde la mirada de ese otro, que es «chavista, pero no madurista». Será difícil, en vista de la dilatada tradición de prejuicios y perjuicios que ambos bandos han tenido entre sí, pero he ahí precisamente el reto: elevarse sobre esas diferencias. Ser algo mejor, superior.
   Esta visión podría catalogarse de romántica, aunque bajo una mirada detenida, no es esta nueva oposición la que entraña cursilerías anacrónicas y utopías. Todo lo contrario: una visión romántica opositora es la que anhela un regreso a esa Venezuela perejimenista de blanco y negro, es esa que pretende acceder al poder brincándole por encima a la voluntad de la otra mitad del país. El opositor radical es el verdadero opositor romántico.
   Esta nueva oposición es la de otra clase de ciudadano. Ya no es un opositor tradicional. Es un ciudadano al que –citando a Luis García Mora- «le crecieron los pantalones políticos». Es crítico, anti-mesiánico, racional, proactivo, tolerante, incluyente, pragmático. Ante la tradicional polarización, ya no es opositor, es más bien un disidente.