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«¿Cómo va a ser, chico, que este muchacho, Capriles, haya desperdiciado esa escalada brillante en las anteriores elecciones? ¿Y cómo es posible, vale, que haya dilapidado ese capital electoral consolidando a Maduro en el poder? ¡Capriles ha legitimado el fraude!». Así son las consideraciones del venezolano opositor inconforme, y no es para menos. Sin embargo, se podría afirmar con cierta probabilidad que, al momento de las elecciones, por más enfadado que esté el opositor, éste votará. Así sea para que ningún impostor le usurpe el voto.

Pero el voto no parece funcionar, puesto que no le ha otorgado poder real al ciudadano. Por otro lado, los llamados a la Constitución por parte de la dirigencia opositora son el hazmerreír de la tolda roja (y hasta del propio bando). Y las marchas… caramba, las marchas han devenido en una suerte de festival para ver quién aglomera a más gente. La opinión general es que nadie sabe qué hacer ante una autocracia militar basada en la renta petrolera y que goza de la complacencia internacional.

   A mi entender, hay tres escalafones en la estructura opositora. Estos son: la oposición-masa, la oposición crítica y la oposición dirigente.


En analogía con el hombre-masa del buen José Ortega & Gasset, la oposición masa corresponde al grueso de la población opositora: una multitud más o menos homogénea, de horizonte inmediato, y de talante sentimental a la hora de inclinarse o no por los asuntos políticos. Este sector, precisamente por el ser el más emocional, es el más ansioso de una solución pronta y radical. Son los que «piden calle» sin saber del todo bien qué hacer una vez estén en ella. Son los «venezolanos arrechos», que por su mismo carácter impetuoso olvidan el uso de las minúsculas al escribir, amantes del artículo 350, y entusiastas de cualquier clase de descargas fútiles, desde huelgas de hambre hasta cacerolazos amenizados con Héctor Lavoe.

Luego está la oposición crítica, la «oposición de la oposición» -según el grupo anterior. Está compuesta por un número más pequeño de personas, y resultan ser algo más racionales. Justamente, en su ejercicio de la razón, se oponen tanto como la oposición-masa a los usos y abusos del gobierno; pero también son capaces de pensamiento crítico en sus propias filas. En ocasiones se les cataloga de «duros del teclado», de acomodaticios, de “pundits”; en suma, de innecesarios y molestos saboteadores de un compromiso que necesita unidad. En el fondo, el opositor crítico no se conforma con el discurso de la clase dirigente, sino que, bajándose las gafas y agudizando la vista, trata de entrever el porqué del discurso, quién lo dice y en qué circunstancias lo dice.  Los métodos tradicionales de protesta le parecen inefectivos, aunque al mismo tiempo sospecha (o quiere sospechar) que, mientras tanto, algo efectivo trama la clase opositora que los dirige. 
Por último, la oposición dirigente, compuesta por los diputados opositores, los políticos altamente reconocidos de esta tolda, los independientes de renombre y la élite «caprilista».  Por su exclusividad son el grupo menos numeroso, aunque no necesariamente más racional o menos impetuoso que los grupos anteriores. No obstante, es el grupo más importante, no sólo porque es el que da las directrices de lo que hay que hacer, sino porque es el que maneja la información real de lo que ocurre en el país.

Este grupo dirigente a menudo es subestimado, e incluso, pudieran ser equiparados con el bando al que se oponen. «Todos los políticos son iguales», se les acusa. Sin embargo, dadas las condiciones por las que atraviesa Venezuela, el opositor dirigente debe manejar un discurso para las masas y otro para su grupo. ¿Es esto un ejercicio de doble discurso, en el sentido de una doble moralidad? No siempre.
En vista de que la democracia venezolana está enfocada a la cantidad y no a la calidad de los votantes, el político debe dirigirse al sector más grueso de sus simpatizantes. En este sentido, el discurso del opositor dirigente va orientado para todos los opositores, pero muy especialmente al opositor-masa. De ahí se explica el porqué de la oratoria anquilosada, simple, emocional y político-religiosa. De pronto cobra sentido el porqué de «el tiempo de Dios es perfecto» o del «eres un bate quebra’o, Nicolás». ¿Por qué los cacerolazos no fueron acompañados, digamos, con rock progresivo, en vez de con salsa? Por la misma razón.
Por eso es que las marchas no son para usted.

Lo importante es que la aparente ingenuidad del discurso del opositor dirigente no implica que éste sea ingenuo  El reto de Capriles y de sus allegados es poder llevar a cabo su táctica en el más riguroso hermetismo, evitando, a la vez, que la oposición perciba que no se está haciendo nada. «El arte de la guerra es el arte del engaño», reza uno de los aforismos de Sun Tzu, en El arte de la Guerra. Parece que Henrique se está leyendo el libro. Por cierto, ¿sabe quién más era un ávido entusiasta del libro? Hugo Chávez. 

 

Por: Salvador Suniaga


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