En un sentido estricto, definimos ‘corrupción’
como: «abuso del poder mediante la función
pública para beneficio personal» y es que hemos asociado
ese término a la interminable lista de políticos y funcionarios públicos con
los que nos hemos topado en nuestro transitar ciudadano. De hecho, podríamos decir
sin ningún pudor nacionalista, que la corrupción se redefinió en Venezuela,
donde sobrepasa la escala de lo inimaginable. Así pues, es común que una
expresión sea: ‘ese candidato se ve
chévere, no tiene pinta de corrupto’; de esa forma, hemos construido todo un
imaginario colectivo alrededor del tema, circunscribiéndolo per se, al plano político sin tomar en
consideración que el asunto tiene sus raíces fundacionales en la estructura de
nuestra cotidianeidad.
El título de ‘corrupto’,
que parece venir intrínseco al funcionario público, desde el de más bajo rango
hasta alcanzar la más alta magistratura, no es un ‘cheque en blanco’ por
utilizar una expresión, ciertamente, ellos han sido ejemplo inequívoco de
corrupción pero ¿qué hay de nosotros?, ¿no sería acertado pensar qué como
sociedad hemos aupado, practicado y hasta premiado los actos corruptos?
En vísperas de la llamada ‘Marcha contra la
Corrupción’ auspiciada por los principales actores políticos del país, recordé
a una de mis más entrañables profesoras de pregrado hablando sobre el tema. Por
ser Chilena y haber estudiado en Rusia y en otros países de la Europa comunista
se podría pensar que sus ideas eran exageradas, anacrónicas e impracticables
pero siento que tienen mucha vigencia. En un curso de economía nos preguntó: ‘¿Quiénes son los corruptos?’, todos
respondieron al unísono: ‘pues, los
políticos’ y ella respondió: ‘¿están
seguros? ¿y sí se tratara de nosotros?’ No faltó quién dijera: ‘pero nosotros no administramos fondos
públicos ¿cómo podemos ser corruptos?’ y allí se abrió un debate
interesante que con apenas 20 años me impresionó profundamente.
‘Corrupto’
no es sólo aquel que dilapida el erario público o que lo usa para su beneficio.
Somos corruptos cuando llegamos tarde, nos explicaba, cuando no cumplimos con
nuestras obligaciones académicas, cuando intentamos copiar la prueba del
compañero, cuando no respetamos el derecho de autor de un trabajo y, no citamos
a su creador, sino que lo colocamos como idea nuestra, cuando nos valemos de la
imaginación más prolífica para inventar excusas que nos permitan zafarnos de un
examen o de una asignación. La verdadera cantera de la corrupción que nos
corroe parte de los hogares y de los medios masivos que nos inoculan
estereotipos como el de la ‘viveza criolla’ y que han causado más daño del que
pretendemos admitir.
Muchos años después de esa interesante clase pienso
que mi profesora tenía razón, nosotros hemos sido ideólogos de ese gigante con
pies de barro llamado ‘corrupción’, pues, esos a los que señalamos con el dedo
y que están en todas las estructuras del estado-país, vienen de nuestros
barrios, algunos de ellos fueron nuestros vecinos, o nuestros amigos o maestros
y algunos incluso calladamente desean estar en los puestos que éstos ostentan,
no por querer ejercer cabalmente la función pública, sino por el clásico pero
lapidario ‘a mí que no me den, que me
pongan donde hay’. Entonces, imaginemos algunos escenarios y pensemos sí no
hemos ejercido de ‘primer ministro’ en esta monarquía: ¿qué implica ser
corrupto? ser corrupto es: vender los cupos CADIVI, es inventar historias
inverosímiles para no ir a trabajar, es tirar basura a la calle, es joderle la
vida a tus vecinos con vallenato hasta la media noche, es llevar rústicos a la
playa dañando el ecosistema, es comprarte 20 paquetes de ‘Harina Pan’ que no
necesitas para luego revenderlos, es no cederle el puesto a una viejita en el
autobús, es ver con beneplácito y hasta celebrar como una ‘infantilada’ que un
niño sea grosero con un adulto y la lista sigue lastimosamente interminable.
En esencia, la corrupción no es un concepto etéreo
y lejano que atribuimos a los politiqueros de oficio, está allí, vive con
nosotros, nos acompaña al trabajo y a nuestros centros de estudio. De cada uno
depende seguir alimentando esto, que más que ser un delito, es un estilo de
vida para muchos. La corrupción se combate con consciencia ciudadana.