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Según se me contaba hace poco, en la redacción de un plan de negocio, los venezolanos suelen padecer mucho al momento de escribir el resumen del mismo. Esta opinión es una generalizada en el entorno de los inversionistas de capital riesgo, las personas que leen esta clase de informes. Les sorprende que, en el caso del gentilicio de Bolívar, sea tan peculiar esta dificultad de síntesis.

Confieso que el asunto me resultó inquietante, porque en un rápido movimiento del instinto pude vincular esta incapacidad de síntesis con la incapacidad de ver lo realmente importante en una situación determinada. La intempestiva conclusión brotaba por sí sola: el venezolano adolece de visión panorámica, no se percata de lo prioritario de la realidad, de lo verdaderamente crítico.

El tema de hoy entre los ciudadanos del país, cortesía de ese elegante foro ateniense en el que se ha convertido la Asamblea Nacional, es el de la homosexualidad. Los derechos de los «diverso-sexuales» y la vida privada de tal o cual personaje político corresponden a la agenda del momento. Esto no tendría mayor cuidado de no ser porque hace tan sólo dos días el tema en boga era el de la explosión en la refinería de Puerto La Cruz. No mucho antes de eso, la temática rondaba acerca de José Vicente Rangel fingiendo ser humanitario con Simonovis. Y como tópico anterior, la inmunidad parlamentaria de Mardo. Podría retrocederse en el tiempo, sucesivamente.

En contadas ocasiones, Hugo Chávez confesaba que gustaba de lanzar «bombas de humo» informativas, pues –según lo que quería vender en sus palabras- así analizaba el comportamiento de los laboratorios mediáticos de la oposición, lo confesaba risueño, cínico, descarado; como parte de la Guerra de Cuarta Generación a la que tanto aludía y de la que pretendía defenderse. En lo que a mí respecta, no hay mayor genialidad en Chávez de la que ya hubo en Goebbels con sus principios de propaganda. Uno en particular, el Principio de Renovación, se basa en emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público ya esté interesado en otra cosa.

Así, pues, sea por Goebbels o sea por un maestro mucho más directo, gigante y eterno, Maduro, Diosdado y demás compañeros parecen haber tomado en cuenta estos consejos; a tal punto que el pueblo venezolano se dirige a la segunda década de gobierno bolivariano, discutiendo a diario las indignaciones inmediatas del día. Lo del ritmo de la información se hace más patente y posible con la inmediatez de las redes sociales, que fungen de veloces diseminadores de los más variopintos sensacionalismos, y por lo tanto, son una inigualable herramienta distractora. Los fabrica el gobierno, los impulsan los medios y los empuja la gente. He aquí la premisa original, el hecho contundente, de que el venezolano es incapaz de ver lo prioritario y de apuntar hacia lo concreto y efectivo.

En un simple ejercicio es fácil observar que, a lo largo de 15 años, no hay algo que le cause tanta sensibilidad al gobierno revolucionario que el apoyo militar, la entrada de dinero y el descubrimiento de sus facciones internas en pugna. No son las marchas en sí, ni las elecciones en sí, ni las huelgas de hambre, ni el señalamiento de los sincretismos, ni el indignarse por el talante homofóbico del discurso, ni los montajes gráficos opositores, ni los artículos de opinión, ni hacer una llamada contundente a la radio o a la televisión, ni el farfulleo 2.0 de lo que el gobierno se resiente.

¿Usted cree que el político oficialista no se percata de que su discurso y acciones son contradictorias? ¿Usted cree que al señalarle sus sincretismos y cinismos le hace vulnerable? ¿No ha pensado, empero, que el que usted esté acusándole constantemente es parte del plan, del principio de propaganda? Mucho me temo que mientras se le siga señalando al gobierno lo que evidentemente es, los políticos oficialistas seguirán riéndose a mandíbula batiente de sus inútiles esfuerzos.

En los planes de negocio, en la práctica ingenieril, y en suma, en toda disciplina pragmática, bien se sabe que hay una gran diferencia entre trabajar duro y trabajar mejor. En analogía con el caso político, puede protestar diariamente, si así le parece; enérgicamente, hasta el agotamiento. Pero eso no significa que sea la mejor protesta o la mejor acción en contra.

Le sugiero tomarse los discursos políticos con la misma seriedad con la que el cinismo político los hilvana. No sea títere de los medios. No pierda el tiempo, no sea cómplice de la estrategia oficialista. Apunte bien, enfoque bien, concentre bien sus esfuerzos. Recuerde lo que le duele al hombre nuevo. Ponga en práctica su pensamiento  crítico desde mañana mismo, que de seguro habrá una nueva noticia que busque la conmoción.

Salvador Suniaga


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