Hablar
sobre la cultura en Venezuela durante estos 14 años es un tema difícil de
abordar y de entender. El escenario cultural ha sido uno de esos espacios maltratados
por la instauración de malas políticas públicas que han estado supeditadas a la
polarización. Entre este punto se debate el curso del apoyo a los artistas que
otorga el estado y el gobierno, entes que han traspasado los límites de
separación para pasar a ser sinónimos.
Las
políticas culturales se establecen con un carácter caprichoso. Los ministros
que has desfilado por las nóminas del Ministerios de la Cultura, han sido los
principales precursores del sectarismo, condenando a todos aquellos que han
hecho pública su disidencia al gobierno y siendo un tanto benévolos con quienes
muestran tibieza en sus posturas. La polarización ha sido esa actriz constante
para tratar la cultura y por ende a las artes.
La
gravedad de la crisis cultural ha llegado al horror de que el Estado-Gobierno,
funcione como un cuerpo vigilante encargado de evaluar a varios grupos
culturales por su tendencia política y no por su trabajo como cultores; en base
a esto, el artista es o no merecedor de un subsidio. Evidentemente, quien esté
de acuerdo y realice piezas artísticas a favor del gobierno, tiene más posibilidades
de apoyo económico.
Recuerdo
a un famoso grupo de danza, que por miedo a perder su sede y el subsidio
otorgado por el Ministerio de la Cultura, se atrevió a montar una pieza que
tenía como objetivo enaltecer a la “Revolución Bolivariana”; los bailarines
repitieron al mejor estilo fascista, el gesto del puño alzado que ejecutaba un
golpe, acción característica del expresidente Hugo Chávez en una de sus tantas
campañas electorales. El espectáculo fue realizado para el disfrute de las
élites: Una función privada a sala llena para directivos de ministerios y sus
amigos más allegados. Este ejemplo, es solo una pequeña muestra de lo que
hicieron varios grupos culturales para no ser condenados al exilio económico.
Cabe
destacar, que este mismo grupo de danza montó una pieza muy parecida durante el
gobierno de Carlos Andrés Pérez, donde alzaban y agitaban los brazos, tal como
lo hacía el presidente. La intención era la misma: Rendirle culto a la figura
presidencial para evitar la cancelación del subsidio económico.
Estos
episodios no son nada comparables con el trabajo de Isadora Duncan y su sueño
por el por el triunfo de la Revolución Rusa; los triste, es que esta clase de
montajes, son lo más cercano a la mendicidad, y su razón de ser, desvirtúa el
escenario cultural del país. Como era de esperar, aquellos que se resistieron a
formar parte de este circo, fueron censurados y sacados de la planificación
económica del Ministerio de la Cultura.
El
culto a la personalidad dicta pauta en el acontecer nacional. Cada palabra de
los discursos que fueron vociferados por Chávez, son temas válidos para
realizar piezas artísticas. Los repetidos murales que adornan las calles del
país mostrando la figura del multifacético Chávez, son la punta del iceberg de un
sinfín de adoraciones a su figura.
Si
analizamos las alocuciones del expresidente, conseguimos que cada uno de sus
gustos y enfados, fueron temas importantes para la realización de muchas piezas.
Hemos visto cómo los próceres de la patria son expuestos en películas de la Villa
del Cine desde la óptica otorgada por Chávez. Lo mismo ha ocurrido con obras de
teatro, pinturas, temas musicales y demás manifestaciones artísticas.
Dentro
de esta catástrofe cultural, nos tuvimos que enfrentar al cierre de varios
museos del país. Un ministro catalogó a los muesos, en reunión con algunos
empleados públicos, como “espacios para almacenar polvo”; durante esta clausura
y reubicación de piezas se perdieron muchas obras de las que aún se desconoce
su paradero. En esa misma reunión varios cultores alzaron su voz para pedir
reformas que respetaran sus derechos ciudadanos, ya respuesta obtenida fue el
arrebato de más espacios y la cancelación de subsidios porque el ministro consideraba
a estos artistas unos “vividores del estado” que no aportaban nada productivo
al país.
Frente
a ese panorama desalentador, el curso de las posibles soluciones a la crisis,
es incierto. Como bien llamó Cabrujas a este país, el país del disimulo, se hace de la vista gorda cuando se habla de crisis
cultural. Los diputados de la Asamblea Nacional -a duras penas- han dado un par
de pinceladas sobre este tema sin tocar a fondo los problemas que aquejan al
gremio de la cultura. Los cultores aún esperan el reconocimiento de sus
derechos como ciudadanos, pidiendo que la inserción de su oficio dentro de la sociedad
venezolana sea estable y no intermitente. Tristemente un artista es tratado
como un paria social.
Esta
ruina cultural incluye al sistema educativo. Las escuelas de artes no formales
abundan en el país y el Ministerio de Educación no tiene la más mínima
intención de insertarlas en el sistema educativo formal. Este es otro de los
grandes problemas a los que debe enfrentarse un ciudadano que desea formarse en
el campo artístico. Un joven que desee realizar sus estudios en una escuela no
formal de queda automáticamente execrado del sistema que impone el mercado
laboral, sus estudios no son tomados en cuenta por ser considerados talleres al
margen de la educación del país. Las escuelas formales están sobrepobladas y
lamentablemente deben cerrarle las puertas a muchos.
No
obstante, si le sumamos a la problemática educativa planteada anteriormente, la
crisis salarial del profesorado da como resultado una crisis alarmante. Es sabido
que la remuneración recibida por un profesor universitario es irrisoria, su
ingreso mensual no alcanza ni para cubrir la cuarta parte de la cesta básica
alimentaria, dando como resultado el abandono de las aulas de clases para la
búsqueda de una de empleo alternativa.
El País del disimulo
Tomando
en cuenta todas las dificultades esbozadas, se deja claro la ineficacia del
gobierno para tratar los asuntos que atañen a la cultura. La mendicidad a la
que han sometido a los cultores ha llegado a límites absurdos. El maltrato no
solo ha sido económico sino también moral y con toda sinceridad dudo que en un
futuro cercano cambie el panorama.
Aquí
no se ha renovado absolutamente nada. Algunos viven inmersos en la década de
oro de las artes en Venezuela, con la fe ciega de que esos momentos del ‘60 y
el ‘70 puedan volver a la escena venezolana.
Por
mi parte prefiero una renovación verdadera, que la promesa de que una
revolución toque la puerta de la cultura y deje atrás las políticas viejas y
gastadas del acontecer cultural de todos los tiempos. Es necesario que las
injerencias partidistas dejen de estar entre las filas del gremio cultural y
que la censura y autocensura dejen de pasearse con autoridad por nuestros
escenarios. Para conseguir esto, es importante dejar a un lado las mezquindades
y apostarle a esa unificación del gremio de cultores que exija una reforma verdadera
en sus derechos.
Romper
con la acostumbrada idea del país del
disimulo, es un buen comienzo. Un artista no debe condicionar su obra al
miedo de perder el subsidio del estado porque acaba con el hecho estético que
se desea plantear. La censura nunca será una opción de vida para la cultura, y
la autocensura no será una opción de vida para nadie.