La semana que acaba de transcurrir puso sobre el tapete
asuntos que retratan la naturaleza del régimen que padecemos. Para empezar,
destaca la declaración de Nicolás Maduro, sin asomo alguno del sentido del
ridículo, de que a la par que destruirían los arsenales de guerra química del
carnicero Assad en Siria, los gringos irían por él. Un gobernante que no da pie
con bola, que se tambalea ante la crisis económica y de inseguridad que le tocó
heredar de su amado Líder Supremo, que a lo interno de su partido no pierden
oportunidad para serrucharle el piso, que exhibe a diario sus incompetencias y
su incapacidad de hilar un discurso sin meter la pata, ¡constituye un objetivo
estratégico del imperio! Pero mientras allá la operación es de tal envergadura
que requiere la movilización de gigantescos portaviones y toda una logística de
apoyo, aquí –según la información suministrada por el ministro Torres- bastan
dos sicarios colombianos inexpertos que requieren de una foto de Nicolás para
poderlo eliminar. Pero la bufonada no termina ahí; remata el ungido afirmando
que "el
plan era eliminarme a mí en simultáneo al ataque contra Siria, para anular este
portento que es Venezuela, este portento moral, político que es Venezuela en
América Latina y en el mundo”. Después de ser protagonista en este proceso criminal
de demoler instituciones y de hundir al país en el lodazal de corrupción y
descomposición que ha sido esta “revolución”, Nicolás se ufana de un supuesto portento moral y político (¡¡!!). Carajo,
¿no les bastó la demencia senil de
José Vicente con sus delirios acerca de los aviones de guerra de la oposición?
Luego,
no puede dejar de mencionarse la infame y cobarde aseveración de Rafael Ramírez
de atribuir la tragedia de Amuay de hace un año al “saboteo” (sic), e insinuar abiertamente que entre
los propios trabajadores petroleros estarían los principales sospechosos. Los
testimonios de muchos sobrevivientes sobre olores a gases los días previos a la
explosión y la indolencia puesta de manifiesto en los ya demasiados accidentes
de la “nueva” PdVSA, son olímpicamente omitidos por quien se supone tiene la
máxima incumbencia en el manejo de la industria, con tal de salvar su pellejo y
poder continuar en el “negocio”. En tan desvergonzada negación del “portento
moral” que esgrime su (supuesto) jefe, le escurre el bulto a su responsabilidad
en los 46 muertos, los numerosos heridos y la devastación material que dejó el
desastre. Ya lo dijo hace un año su Líder Eterno ante la tragedia: “la función debe
continuar”. ¿Renunciar, como haría cualquiera con un mínimo de decencia? Sólo
insinuarlo constituye una conspiración desestabilizadora del régimen.
En
este mismo orden se inscribe la Inquisición que pretende desatar la gobernadora
de Falcón, Stella Lugo de Montilla, contra María Corina Machado y otros
diputados democráticos por haber cumplido con su responsabilidad de indagar in situ sobre las causas de la tragedia,
luego de que la mayoría oficialista de la Asamblea Nacional rechazara abrir una
investigación independiente sobre el caso. El hecho de repartir una publicación
con las principales conclusiones de su averiguación, alertando que, ante la
desidia de las autoridades en asumir sus responsabilidades, “lo peor está por
venir”, es levantada por esta Torquemada femenina como prueba de una “conspiración
desestabilizadora” de estos diputados (¡!).
Finalmente
están las nauseabundas declaraciones de solidaridad con el carnicero de Siria, Bashar
al-Assad, luego de haber sido inculpado de asesinar a más de 1000 de sus
compatriotas –muchos de ellos niños-con gases tóxicos. Que un diputado Psuvista
de origen Sirio haya decidido trasladarse allá para defender ese atroz régimen
es como si un chileno o un argentino se hubiesen aprestado a auxiliar a
Pinochet o a Videla (o un venezolano a Pérez Jiménez) ante los embates de la
opinión democrática internacional: una expresión enfermiza de patriotismo,
propia de fascistas. Pero para la patología “revolucionaria”, los 100 mil y
tantos muertos en tan cruenta guerra no son ciudadanos sirios buscando un
respiro de libertad ante más de 40 años de dictadura de la dinastía de los
Assad, sino “agentes del imperio”.
En
la tergiversación de la realidad y su sustitución por una visión maniquea que
permite la siembra de odios contra quienes cuestionen la sabiduría del líder
insustituible para “justificar” la negación de sus derechos, está el sino del
fascismo. El montaje de supuestos intentos de magnicidio y de conspiraciones “contra
el Pueblo”, es marca del totalitarismo. Hitler, recién encargado del gobierno
alemán en 1933, culpó a un pobre camarada holandés, Marinus Van del Lubbe, de
un incendio provocado en el Reichstag[1] -seguramente
por él mismo-, como excusa para arrestar a los dirigentes comunistas, disolver
el parlamento y dotarse de una Ley Habilitante que le dio plenos poderes para
acabar con la democracia. El Führer se encontraba sobre la cresta de la ola,
disfrutando de su mayor popularidad luego de los éxitos electorales del partido
Nacional-Socialista, con fuerte viento en popa. ¿Se atreverá el fascismo
criollo, que está con el sol a sus espaldas, desahuciado por tanta corruptela y
contra la pared, a desatar, con todas sus consecuencias, similar terrorismo
contra las fuerzas democráticas en la Venezuela actual? Cuidado: la bestia es
más peligrosa cuando está arrinconada.
Uno
siempre ha defendido la existencia de gente sensata, bien intencionada, en las
filas del oficialismo. Un movimiento que logró el apoyo de la mitad de la
población durante tantos años no puede estar conformado sólo por pillos y mafiosos.
¿Pero, por qué no se manifiestan los “chavistas” sanos ante tanto disparate, ante
tanta violencia y tanto atropello? ¿Por qué no se interponen a la destrucción
de lo que nos queda de democracia?
Y
la oposición democrática, claramente mayoritaria: ¿vamos a permitir que terminen
de darle el palo a la lámpara?