Recientemente, tuve la mala estrella de asistir
a una marcha (o mitin) convocada por la oposición venezolana. En dicha
concentración, escasamente concurrida vale acotar, encontré en alta
concentración un espécimen de la fauna política nacional bastante particular:
doñas malhumoradas de ambos sexos -porque los hay en versión femenina y
masculina-, diseminadas por la avenida Francisco de Miranda, convertida por
espacio de unas horas en un feudo de la ranciedad y el odio. Sí, porque las
doñas de ambos sexos son así, malhumoradas. Vaya a un mitin de la oposición y véalo con sus ojos: las caras de culo de las
doñas de ambos sexos de la oposición venezolana ponen en evidencia lo
siguiente: la exclusión y el resentimiento parece ser su monopolio.
El doñismo
es una epidemia política. ¿Creen que no me di cuenta de cómo veían con
desprecio a los heladeros o a los demás vendedores ambulantes y hasta a su
prójimo cercano? ¿Creen que la babaza de odio que cargan encima todo el tiempo es
el ingrediente que necesita el país para tumbar el rrrrégimen? Se equivoca,
señor(a) opositor(a) del este del este del este. Entiéndalo: este país no
cambiará con marchas ni contramarchas. Menos con sus resabios racistas que
frecuentemente se le cuelan al hablar. Vaya descartando sus consignas sonsas y
sus rumorólogos favoritos, como Lucio Quincio o el Dr. Marquina, porque no
hacen falta.
¿Qué es una Doña
Política? La Doña Política es la antítesis de lo que critica con tanto fervor
la oposición. Las doñas, generalmente, nacieron entre 1950 y 1960, vivieron la
Venezuela Saudita, vivieron el fatídico «viernes negro» que les impidió viajar
a los Miami, durante los ‘90s hicieron el coro a la antipolítica; por ende,
vieron en Hugo Chávez al ansiado vengador, al «Mesías» que iba a castigar a los
adecos y copeyanos que no las dejaban aventurarse a placer por el norte ni la
dejaron disfrutar más del «ta’ barato dame dojm». Hoy la doña es abogado,
médico, ingeniero o contador, y cree que la oposición es el albergue de los
«Mesías» que van, ahora sí, a vengarse del legado nefasto del difunto Chávez. En el fondo no quiere que el país cambie,
sólo quiere poder vivir lo que una vez vivió, pero el tiempo no regresa…
La Doña, cuando es mujer, adora los rosarios,
los abanicos, los lentes «fashion», los zapatos runner y el kit de marcha:
gorra con visera, protector solar, koala y envase de agua mineral. Cuando es
hombre, el shortcito de Bartolo, la camisa de algodón y lentes oscuros para
bucearse a las hijas y nietas de las doñas. La Doña Política es una mutación de la fauna política venezolana, una
deformación pequeño - burguesa (o de clase acomodada si le dan mucha urticaria
los vocablos izquierdosos) un caso clínico de adultos en edad de votar de
religión católica, pero que creen en brujos y tarotistas. La doña política es
disociada y recalcitrante por naturaleza: cree que Henrique Capriles es su hijo
y no acepta ningún tipo de críticas a su figura. Además, la doña política ama a
cuanto profeta, vidente o astrólogo le diga que el madurismo cae rezando.
Porque si algo adora este esperpento es la superchería: los males de Venezuela
se acaban rezando, no trabajando. No hay nada más antiafrodisíaco y
matapasiones que uno de estos espantapájaros adoradores de la bailoterapia, de
las cadenas de PIN y de las gorras tricolor. Para este tipo de paciente
delirante Caracas comienza a partir de Altamira. Así mismo dicen.
Ahora bien, ¿es este movimiento opositor
venezolano el reflejo de la Venezuela que necesita un cambio? Habría que hacer
malabares con la respuesta: Venezuela tiene varias oposiciones, una de ellas es
este maligno caldo de cultivo clasista, pero realmente el grueso de la
oposición venezolana, ese ciudadano de a pie que no usa Twitter, ese hombre y
esa mujer que sufren a diario las locuras de este gobierno corrupto,
obviamente, no se ven reflejados en esa oposición doñista que no es más que un
cliché. El doñismo es el estereotipo de la oposición venezolana que hay que
atacar con vehemencia porque hacen demasiado ruido, y es el cliché que usa el
gobierno para deslegitimar a la base opositora.
¿Por qué yo, Giorgio Emiliani, pongo en el
cadalso a esta manifestación ridícula de la cotidianidad? Pues, porque es
sencillamente lo que NO NECESITA la oposición venezolana como fuerza del cambio
que necesita el país. La doña política es un estereotipo incómodo,
desmovilizador, desmotivador, innecesario,
patético y retrógrado. Generan rechazo en las mayorías que se sienten
discriminadas por el doñismo. ¡Entiéndanlo, líderes opositores! ¡Las doñas de
ambos sexos desmovilizan! ¡Ni el ciudadano de a pie ni la juventud comprometida
con los cambios se identifican con humanoides! ¡Las doñas son pavosas!
Venezuela no va a cambiar con una cadena de PIN, ni con una bailoterapia, ni con oraciones a la virgencita ni con pencas de sábila. Venezuela necesita trabajo, mucho trabajo, organización, empatía social, inclusión verdadera y sobre todo CONSCIENCIA. La consciencia es el verdadero antídoto que tiene el ciudadano para cambiar este ambiente corrompido. La consciencia es el vehículo para ponernos en los zapatos del otro, y entender que a pesar de mil circunstancias, es nuestro prójimo. Sin consciencia no hay nada. Y no hay mayor demostración de falta de consciencia que una doña política versión tropical.
Venezuela no va a cambiar con una cadena de PIN, ni con una bailoterapia, ni con oraciones a la virgencita ni con pencas de sábila. Venezuela necesita trabajo, mucho trabajo, organización, empatía social, inclusión verdadera y sobre todo CONSCIENCIA. La consciencia es el verdadero antídoto que tiene el ciudadano para cambiar este ambiente corrompido. La consciencia es el vehículo para ponernos en los zapatos del otro, y entender que a pesar de mil circunstancias, es nuestro prójimo. Sin consciencia no hay nada. Y no hay mayor demostración de falta de consciencia que una doña política versión tropical.