La crisis sociopolítica de los últimos meses en Venezuela ha traído una nueva gama de escenarios en los que, por su complejidad, hacen necesario afinar la vista para dar con detalles que suelen dejarse de lado por la premura o la imprudencia.
Es una realidad constatable el hecho de que un movimiento disidente está naciendo en el acontecer social. La ruptura de este movimiento con los factores que tradicionalmente han «manejado» la política nacional es un hecho que puede percibirse en cualquier conversación o debate político, en las redes sociales, en artículos de opinión e incluso en consignas de protesta. La disidencia en Venezuela emerge como un quiebre en las formas de hacer política y activismo social. Aunque sus voceros sean escasos, ya comienza a visibilizarse un panorama de crecimiento. Todo parece indicar que la exigencia coordinada por los cambios sociales, políticos, económicos y culturales se está consolidando. Sin embargo, la disidencia tiene retos importantes en el horizonte, retos que se deben atender puntualmente para que sea un proyecto coherente, concreto y a la altura de las circunstancias y exigencias populares. Grosso modo, estos parecen ser los principales objetivos que deben plantearse:
En lo político: la disidencia debe constituirse en un espacio en el que converjan distintos sectores de la sociedad venezolana, en un espacio en el que tanto académicos como profesionales y sectores populares puedan contribuir según sus realidades, capacidades y posibilidades. Debe constituirse en una ventana para la reivindicación de derechos civiles que nos lleven a la par del mundo contemporáneo. Que los valores de la libertad, la justicia y la solidaridad acompañen la búsqueda de una nueva sociedad. Que los principios éticos prevalezcan. Que la ruptura con el status quo signifique el quiebre con toda etapa ya superada, con todo estadio ya vivido y que el fervor por la invocación irresponsable de fantasmas históricos sea cosa del pasado. Que la construcción de un movimiento disidente sea el reflejo de las luchas estudiantiles, laborales, profesionales, académicas y gremiales.
En lo social: se debe articular un lugar de encuentro amplio de todos los sectores que conforman la sociedad venezolana: estudiantes, intelectuales, obreros, campesinos, amas de casa, profesionales, docentes, artistas y sociedad civil organizada en conjunción con las bases populares. Que el nuevo lugar de encuentro sea impermeable frente al discurso político dominante para no permitir más divisiones, ni más odio, ni más apologías a la violencia. La agenda social debe atender no sólo el acento en los aspectos básicos de la calidad de vida (sistema de salud en óptimas condiciones, vialidad, transporte, seguridad personal, educación básica y sistema judicial), sino algo más importante, quizás la labor más importante del movimiento disidente venezolano, que es mostrarle a la ciudadanía un proyecto de país de cara a los retos de los tiempos que se avecinan. La comprensión de la totalidad de Venezuela como país, el estudio de sus particularidades, de sus contrastes, el entendimiento de la Venezuela profunda, su identidad y sus procesos psicosociales para corregir taras culturales y enrumbarla hacía nuevos destinos. La consolidación de una alternativa seria, responsable, desvinculada de los vicios del pasado y del presente, un proyecto civil, unitario, organizado, popular e incluyente.
En lo económico: un importante reto para la disidencia es llevar el debate de la situación económica al mayor número de ciudadanos posible. Este tema es harto complejo debido a nuestras características como país que vive gracias a la renta petrolera. Desmontar todos los mitos del andamiaje «petrolero» que nos vende un «país rico» lleno de pobres, riquezas producto del azar evolutivo y no del trabajo y la dependencia del Estado como método de enriquecimiento. Este punto es uno de los más controversiales porque en él convergen múltiples intereses y aspiraciones. Hacer que la participación activa de la sociedad en la comprensión de estos temas sea un hecho, y no de una casta intelectual, es tarea pendiente.
Quizás lo anterior se resuma en un solo punto: el cultural. Un cambio de actitud nunca había sido tan apremiante como lo es ahora. El reconocimiento de nuestras fortalezas y debilidades pasa por el tamiz de la reflexión profunda y pausada, labor dificultosa para quien hace del día a día una lucha por la subsistencia. Una reforma cultural, espiritual podría decirse también, es parte del reto que debemos asumir. Un proyecto de país, un norte, una iniciativa que logre englobar a la mayor cantidad de gente posible, es el objetivo clave de lo que debe plantearse. Todos los aspectos anteriormente mencionados convergen en el asunto cultural: ¿qué podemos hacer ahora? ¿Entendemos acaso el país que tenemos? ¿De qué se trata Venezuela? ¿Somos acaso el obstáculo para el desarrollo o lo es nuestra manera de hacer las cosas? Ese tipo de reflexiones nos acompañarán un buen rato.
Un vistazo a la realidad venezolana da indicios del enorme trabajo que debemos hacer. Ese trabajo apenas comienza…