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Un poco de historia nos ayudaría a comprender el origen del término «fascismo». En el período interbélico de la década de 1930, Benito Mussolini concibió ideológica y políticamente el concepto. El fascismo, como muchos conocen y otros tantos se empeñan en ignorar, consiste en la conformación de un corporativismo totalitario, la máxima subordinación del individuo al poder dominante del Estado, la constitución de un aparato de propaganda omnipresente y la instauración de un sistema de dominación social que abarque prácticamente todos los aspectos de la vida.

Ahora bien, para el ciudadano común: ¿son estas las características que hacen recordar al fascismo? Es bastante improbable. Uno recuerda al fascismo por ser el culpable de la muerte de millones de seres humanos. El fascismo, junto su consorte el nazismo, son responsables de la muerte sistemática de millones de judíos, negros, homosexuales, musulmanes, testigos de Jehová y de todo aquel que se atrevió a contrariar a esta abominable amenaza. En otras palabras, el fascismo es destrucción, el fascismo es exterminio, el fascismo es la parte más oscura del ser humano.

¿Qué sucede entonces cuando a alguien se le llama «fascista»? ¿La gente piensa acaso que ese fascista es miembro de un estado corporativista subordinado al poder dominante y todo ese aquelarre conceptual, o más bien, la gente piensa que ese «fascista» forma parte del monstruoso grupo humano que acabó con la vida de tanta gente? Me inclino a pensar lo segundo. El fascismo, como el nazismo, constituye una especie de tabú, un motivo para avergonzarse de su presencia en los libros de historia.

Vemos cómo en Venezuela se le ha asignado irresponsablemente desde las esferas del poder el término «fascista» a todo aquel que se atreva a disentir, a oponerse a la corrupción del gobierno, a manifestar por la exigencia de una mejor calidad de vida. Fascista, en Venezuela, es todo aquel que no pertenezca a las filas del gobierno de Nicolás Maduro. Fascista es el disidente, fascista es el opositor, fascista es quien cuestione, fascista es quien proteste, fascista en quien pregunte, fascista es quien se indigne, fascista es quien quiera algo distinto a lo que ya conocemos.

¿Qué hizo el mundo para erradicar el fascismo como amenaza militar? Unirse, usar todo el poder de fuego de las fuerzas armadas disponible para combatirlo en los campos de guerra y en las trincheras. El mundo que vivió la Segunda Guerra Mundial usó todo su poderío para combatirlo, es decir, su violencia estuvo justificada por un fin: acabar con el monstruo fascista que aniquiló millones de seres humanos. 

En Venezuela, la maquinaria de propaganda del gobierno no ha escatimado ningún medio para llamar irresponsablemente de «fascista» a todas aquellas personas que se atrevan a cuestionar al gobierno. Esta maquinaria está compuesta por: AVN, Alba Ciudad, ANTV, AN Radio, Ávila TV, Ciudad CCS, Ciudad VLC, Ciudad VLC Radio, Correo del Orinoco, La Radio del Sur, RNV, Telesur, TVes, ViVe, VTV, YVKE Mundial, por nombrar unos pocos, ya que en realidad son más de 700.

Ahora, ¿qué gana el gobierno venezolano llamando fascista a la disidencia opositora? Es sencillo: cuando el gobierno llama «fascista» a un opositor, justifica cualquier medida que desee tomar contra él, desde meterlo preso si le da la gana, pasando por dispararle perdigonazos en la cara si le da la gana también (como hemos visto), hasta usar cuerpos paramilitares con total impunidad para que disparen contra la población indefensa. Dicho de otro modo, los fascistas, en términos psicológicos, representan lo mismo que representa un violador. Para un ciudadano común, un violador es un individuo deshumanizado que merece cualquier castigo. En este caso, un fascista, que lleva tras de sí la carga histórica de ser responsable de millones de muertes, merece cualquier castigo también, porque está del lado del exterminio y la destrucción.

La maquinaria de guerra del gobierno se ha dedicado con ahínco a etiquetar a la mitad de un país con el término «fascista»; y desde aquí se exporta la misma idea al resto del mundo. Basta con echarle un vistazo a los canales oficialistas internacionales para darse cuenta: el gobierno y su fuerza armada combaten en conjunto a la extrema derecha fascista y nazi, es decir, el gobierno está combatiendo a los «responsables de la muerte sistemática de los millones de seres humanos» que anteriormente mencioné, cuando en realidad está reprimiendo salvajemente a personas que están pidiendo un país decente con hospitales dignos, medicinas, vivienda y alimentación. De esa manera, queda justificada en términos de propaganda cualquier acción del gobierno venezolano, desde la represión hasta el asesinato. En Europa, un continente que vivió en carne propia el monstruo del fascismo nazi, no faltaría quienes celebren la iniciativa de erradicar ese tipo de «grupos violentos», ya que su proliferación parece ir en aumento en esas latitudes.

En conclusión: disentir en Venezuela, atreverse a pensar distinto, atreverse a soñar con un país mejor, hace merecedores a los venezolanos de llevar una conveniente etiqueta nefasta que irresponsablemente atribuye el gobierno a través de su maquinaria de propaganda. Todo con el fin de justificar sus acciones. Para el gobierno de Venezuela, el fin justifica los medios.


Jordán Rengifo

En twitter: @Jordan_SRG