Tal vez el problema de escribir este tipo de cosas es que
lo único que queda es la crónica; y estos momentos en los que no queda de otra
que intentar hacer de tripas corazón, en muchos casos, son también los más
tristes. Y, precisamente, me refiero con «escribir la crónica» al hecho de solo
poder describir, traducir (o intentar) una realidad dentro de palabras, sin
poder hacer verdaderamente alguna predicción,
algún análisis más allá del innato, que está de más decir que es corto de luces
(o no se puede hacer con la información que poseo, de cualquier forma). A veces
no entiendo a las personas que se molestan cuando alguien expresa su opinión,
si lo que somos es solo eso: humanos que necesitan expresar lo que piensan o
explotan. Sin embargo, eso es otro tema para otra ocasión; y espero tener su excusa
si piensan como la persona que acabo de describir:
Es un conocimiento que estará de forma inconsciente, tal
vez; o que alguna vez se piensa y uno desecha por lo descabellado que suena
todo, por lo trama a lo 1984 (aunque
la persona no conozca la novela). En ocasiones tal vez hay que considerar las
teorías que los extremos utilizan como bandera; observarlas con curiosidad. Hay
que observarlas con cuidado, como un espécimen extraño, por supuesto; pero, ¿hasta
qué punto hay que considerarlas? Después de todo, sí que hicieron que el
caballo mirara hacia otro lado, sí que le añadieron una estrella a la bandera…;
por lo que ahora solo me queda hablar de la guerra. El gobierno venezolano
tiene un discurso de denuncia hacia una «guerra económica» desde hace poco más
de un año (si lo contamos de forma explícita; en realidad esa guerra ha estado
de manera implícita en el discurso desde mucho antes); pero es cierto. Hay una
guerra económica, claro está, pero no es la que expresa el gobierno («de la
oligarquía contra el pueblo»), y no sé, no estoy seguro, si desde los teoristas de la oposición la perciben de
la manera en que voy a plantearla. Lo
que hay es una guerra económica por el control social.
Es casi una ley que, por lo general, no seamos familiares
con aspectos como el control social del Estado de forma consciente, pero sí que
lo somos de forma inconsciente puesto que, al fin y al cabo, percibimos sus
efectos aunque no podamos expresarlos con palabras técnicas (por ejemplo, nos
sometemos a los semáforos, a los tribunales y acatamos las leyes que emanan del
Poder Legislativo; y así mucho más). De cualquier manera, tal vez no sea
extraña la idea que propongo; piénsenlo: la
guerra económica por el control social. Los grupos políticos dentro del
sistema lo que más ansían es mantener sus cuotas de poder, y no hay cosa que
ame más el sistema que el status quo,
y por eso pueden llegar a enquistarse y a ser peor que un cáncer. Esto pasa
aquí aunque en la concepción democrática actual el pleno control social, por
parte de un partido o un grupo, es imposible; esto pasa porque estamos en la
concepción democrática del Socialismo
del siglo XXI.
Como tal vez sea más fácil de exponer esto con una escena
ficticia, voy a permitirme divagar un poco y llevarnos a la situación extrema
que propone mi idea. Luego sintetizaré lo necesario:
Hoy le corresponde ir a comprar a Jesús, un hombre promedio
en una ciudad promedio dentro de un país socialistadelsigloveintiuno
promedio, así que se afana por llegar a hacer la cola (en un intento de no
quedar tan lejos) a la Red de abastecimiento de este país (que, de ahora en
adelante, llamaré Mercal, solo por placer y gusto). No hay más que estos
Mercal, y uno que otro supermercado alineado
(claro está) en alguna que otra ciudad grande (estos supermercados los
llamaremos Bicentenarios, solo por diversión); esta ciudad promedio, no
obstante, tiene solo uno de estos supermercados y es bastante angustiosa la
cola y por ello a Jesús no le gusta casi ir. El problema es que nuestro país
también tiene la mala costumbre de la subvención descontrolada; principalmente
porque el Estado es rico ya que controla todas las exportaciones y todas las
divisas que entran. Así, los precios de los productos son irrealmente bajos,
por lo que lejos estamos de querer analizar esto con la ley de la oferta y la
demanda. Siempre hay colas. Siempre. Así que Jesús, nuestro hombre promedio,
prefiere esperar a que llegue su turno semanal en el Mercal de su comunidad.
Jesús, como el resto de los habitantes, depende del todo de estas dos fuentes,
en donde llevan un control estricto y cuyo disfrute depende de la unión al
Partido, o por lo menos una cohabitación de bajo perfil. El presidente, por
otro lado, aparece en las pantallas de los televisores sonrosado y lozano, tal
vez con un par de gramos más que la última vez. Habla de algún plan que poner
en marcha, de algún detenido por supuesta conspiración…; de todo, menos de cómo
solucionar las colas. Volviendo a nuestro amigo Jesús; él sabe que hay otra
opción aparte de la oficial, hay una
red clandestina donde conseguir las cosas es más fácil, solo que a precios
exorbitantes; por ello, recurre a ella cuando no queda otra opción. Lo que no
sabe, o tal vez no quiere saber, es que mercado negro lo manejan las mismas personas
que manejan la red oficial, puestos que son ellos quienes desaparecen, desvían,
los productos del inventario oficial para luego ir a venderlo al mercado
negro…; desde hace años solo queda pasar por la Calle Comercio promedio y ver
santamarías bajadas, con el mero recuerdo de ellas abiertas y de productos
exhibidos. No solo es la comida, también son los teléfonos, los televisores,
las telas, las ropas, los zapatos…, todo lo vende este Estado con su todopoderosa
mano y benevolencia. Todo esto porque el sistema ganó la guerra económica
por el control social.
La guerra económica por el control social no es un
disparate, tal vez una paranoia de alguien que no aprende a vivir la felicidad
del socialismodelsigloveintiuno; la
guerra económica por el control social es un plan macabro que guarda un poder
intrínseco grandísimo. Es así de sencillo: si destruyes la iniciativa privada,
por lo que también destruyes cualquiera que, directa o indirectamente, viva de
ella (trabajadores, empresarios, mayoristas, supermercados y bodegas…), destruyes la posibilidad de elegir,
destruyes, a su vez y con una eficacia escalofriante, la posibilidad de
disentir. Y negarles las divisas que tú controlas, en su totalidad, por las
razones que sean, es destruir la iniciativa privada. Si todos dependemos de la
red que proporciona el mismo Estado, éste se puede echar en un chinchorro
porque nada va a pasarle. Al menos no con tanta facilidad. Y el grupo que haya
tomado poder absoluto sobre él será el rey. Uno de los problemas de las teorías
socialistas y comunistas es que se presume que el hombre dejará los vicios del capitalismos para ser un hombre nuevo, cuando
la realidad es que sigue siendo el mismo, de quien Hobbes dijo «El hombre es el
lobo para el hombre», que matará y robará de ser necesario (también dice que
por ello nace el Estado, para regular su conducta y evitar eso; pero eso es
cosa aparte).
Es por ello que ese «nuevo» hombre desaparece los alimentos
del inventario oficial, para luego revenderlos a precios de locura solo porque
la necesidad tiene cara de perro. Muy pocos podrían resistirse a eso.
Mi teoría (tal vez ya estudiada con otro nombre por gente
más docta que yo) de la guerra económica por el control social no es un
disparate; aunque el hombre inherentemente quiera ser libre, aunque haya luchadores,
eso no evita que sea real. Al final de la vida, tal vez es mejor ser exagerado que subestimar al enemigo.