Si algo nos están enseñando los días que vivimos, independientemente
de la latitud que ocupemos, es que, debemos recordar que la historia la
escriben los vencedores y por lo tanto es necesario vencer. Si
bien es cierto que la historia nos da
con lujos de detalles las características para determinar si un sistema de
gobierno pasa a ser o no totalitarista, también es cierto que la historia no se
contrasta con su contraparte, porque precisamente, por haber logrado vencer,
quien escribe la historia argumenta desde su perspectiva y lógicamente sus
esfuerzos por vencer le dieron la victoria, sin embargo, perdieron toda clase
de información valiosa en ese proceso, porque no les tocó vivirlas o porque no
garantizaban su victoria y para las generaciones que hoy en día nos mantenemos
en pie de lucha nos surgen algunas interrogantes, por ejemplo, ¿los vencedores
se preguntaron si obtendrían la victoria? ¿Se
preguntaron si su táctica era justa? ¿noble? o por el contrario, ¿dudaron ante quien ostentaba
el poder? ese mismo que día a día entraba por medio de una ideología en lo más
profundo de sus pensamientos, ante aquel que argumentaba una ética
constructora de moral, se habrán preguntado, ¿cómo
se denominaba ese régimen político? y construyeron un accionar que, ¿sería legitimo?
¿Polarizaba contra la propaganda que surgía del poder? ¿Lucharon desde una
clandestinidad exclusiva? ¿Se pensaron imponiendo sus criterios políticos? Y en
todo caso, quienes apostaron por la idea de alimentar una sociedad con hombres
nuevos, ¿estaban equivocados? ¿Eran
los villanos sin escrúpulos o eran los manipulados descerebrados de un sustrato
inferior a los vencedores que nos presentan todas las historias? Ciertamente
estas preguntas rondan en el presente sin hacerse tangibles, mientras nos
condenamos a repetir historias.
Creo que
aquellos que apoyaron su totalitarismo de turno lo hicieron pensando en su
futuro, en lo justo, en lo noble, en sus libertades, en el progreso, en el
desarrollo, en sus valores más humanos, en el ejemplo de los luchadores y en todo aquello que les ofertaron y vendieron desde
los aparatos de propaganda, pero también, pensando en esos mismos valores que
hoy nos venden en nuestro presente. Dudo que los discursos se construyan en
cualquier tiempo para convencer de odiar, para segregar o para exterminar desde
la dominación pero si estoy convencido de que estos procesos tarde o temprano
llegaron para insertarse en los valores de esas sociedades como justificación
de un enemigo superior que tiene como único interés aniquilar la posibilidad de
un avance de aquellos individuos nobles, y ese argumento atentaría en cualquier
momento contra su supervivencia, y por ello el enemigo siempre es del tamaño de
los miedos propios y su accionar será el
propio ante una amenaza que solo es conmensurable con lo que "podrían"
hacer los enemigos y hasta que no se escriba la historia el "podrían"
no define lo que se hizo.
Ahora, también nos podríamos preguntar, ¿qué eran
capaces de hacer aquellos que fueron castigados por ser o pensar distinto? ¿Acaso
ellos no fueron miembros de esa misma sociedad? ¿El tiempo no nos demostró que
se trataban de diversas minorías? ¿Cómo la sociedad les colocó la etiqueta que
el poder determinó? y ¿cómo esa etiqueta representó una amenaza para la
sociedad? Aunque ellos o quienes representaron esas minorías en su presente
fueron pasivos, luego se organizaron y definieron lo justo, también definieron
lo injusto y se lo atribuyeron a las acciones que surgían desde el poder para
mantenerse ejerciéndolo. Su poder surgió a
partir de lo que les habían hecho y esto les dio legitimidad entre
esas mismas minorías que se mantenían pasivas en su exclusión, pero también
ante los otros aterrados, ante sus compatriotas, a los que dejaron de llamar
enemigos y empezaron a convencer de una idea de justicia que no atentaba contra
ellos, que no arriesgaba su supervivencia, que no implicaba exclusión y el
poder dejó de ser omnipresente, dejó de representarse en las manos equivocadas;
el futuro, lo noble, los valores, lo humano, dejó de representar lo que antes
ostentaba y pasó a ser sinónimo de injusticias, de exclusión, de imposiciones,
pero sobre todo, de riesgos. El poder atentó contra la supervivencia de algunas
minorías, hasta que las mayorías se encontraron transformándose en las próximas
minorías y los organizados no les
excluyeron, su accionar no fue más el distante
y terminaron obteniendo la victoria, escribiendo la historia.
Quedan sin especificar las experiencias que no se
ven reflejadas en las historias, pero construyen algunas acciones necesarias en
el presente, ¿es necesario vencer? Si tomamos en cuenta que: por más que seamos
muchos, solo somos una minoría más, por más que tengamos razón en nuestros
argumentos, solo representa una parte del debate, por más estructuras que
organicemos, nunca deberíamos ser la estructura única, que el acceso al gobierno
no nos convierte en defensores de los intereses del partido al que
representamos y que los controles sociales solo indican que es momento de
organizarse para luchar, vencer solo debería significar una garantía para que
los valores no se riñan con los miedos. Vencer no es una alternativa, es una
necesidad ante quienes nos lo imponen todo, es el punto de inicio para que se
escriba la historia y para garantizar que en ella, el totalitarismo no ocupe
una línea nunca más.