on
En casi 14 años de este gobierno es mucho lo que hemos vivido. Nos ha tocado enfrentar a un presidente con ínfulas de rey cuya intención principal es perpetuarse en el poder. Hemos tenido que coexistir con un gobierno militar disfrazado de socialista que difiere totalmente de los basamentos ideológicos marxistas. De hecho, el propio Chávez dijo en una oportunidad que Marx estaba pasado de moda.

Es oportuno partir de la aclaratoria de que Venezuela se sostiene por una plataforma de derecha. No solo por su estructura gubernamental, que ya dice mucho. También, porque quien preside es un militar. Esto último pudiese parecer un discurso trasnochado, pero solo viviendo la realidad venezolana se puede conocer cuán lejos del socialismo estamos.

Este es un gobierno militar que maneja todos los poderes, que habla de poder para el pueblo  pero realmente reina el olvido y la impunidad. Nos enfrentamos a la casi inexistencia de derechos humanos y la justicia sigue siendo ese ente que padece de una ceguera alarmante.

Los pobres cada vez son más pobres y la burguesía de hoy está representada por el chavismo. Son ellos quienes mueven la economía venezolana, tienen grandes empresas y además se ven envueltos en escándalos de corrupción. En pocas palabras, el dinero que maneja el país está en sus manos.

Si bien el gobierno tiene responsabilidad por el rechazo de gran parte de la ciudadanía hacia la ideología de izquierda, también la culpa cae sobre muchos medios de comunicación que se han encargado de satanizarla sólo por ser la bandera de un discurso que realmente es populista. En esta satanización caemos todos los que aún nos aferramos a una ideología zurda. Esta realidad nos regala una exclusión a los que, de alguna manera, nos paseamos por la calle del medio: aquellos que somos de izquierda y no somos chavistas.

Hemos vivido bajo la sombra de mercenarios que tienen como oficio excluir a los que criticamos al chavismo y a un sector de la oposición… y hablo de solo un sector de la oposición, porque debido a esta coyuntura política hay ciertos puntos de encuentro.

Nos hemos acostumbrado a la cultura del enfrentamiento, del sectarismo. Nos hemos dejado llevar por el discurso de un presidente que ordena el exilio de aquellos que están en su contra. Como mayor ejemplo tenemos la famosa “Lista Tascón” que se encargó de señalar a personas que en alguna oportunidad firmaron contra el gobierno… así se vive el autoritarismo.

Con este paneo tan breve sobre la realidad venezolana, hay un tópico importante por reseñar que es el problema cultural. La cultura en Venezuela se ha visto minimizada por las órdenes del gobierno de turno. La censura reina en los grupos culturales y eso nos deja como resultado la pérdida de los espacios.

Los artistas que milagrosamente han sobrevivido a este momento político es por mera suerte: aquí  la mendicidad se ha convertido en un proceder institucional. La otra parte se ha transformado en  expositores de carnicería, a merced del dictamen “estético” del mal llamado socialismo del S.XXI.  La censura es la verdadera protagonista de esta novela.

Con tristeza recuerdo las palabras de un Ministro de la Cultura que cerró varios museos en Venezuela por considerarlos “espacios para almacenar polvo”, y tildó a los artistas de “desocupados, vividores del Estado”, cuando estos quisieron pedir  unas reformas en sus derechos  ciudadanos. Así se repitió esta misma historia con conservatorios de música y grupos de teatro y danza.

La realidad de hoy en día se detiene en la ausencia de muchos grupos culturales y escuelas de arte por la falta de sustento económico. Esos que se negaron a bajar la cabeza ante las Políticas de Estado hoy viven a duras penas con lo poco que consiguen.

Ahora nos queda responder, ¿cómo se vive en un país con una cultura en ruinas? La verdad es que entre la consolidada censura y la delicadeza de unos cuantos cómplices gubernamentales, a tientas hemos tenido que vivir los artistas para efectuar este oficio, convencidos de que ante los ojos  de muchos somos unos parias.

Los espacios vacíos que dejó el escenario cultural se llenan hoy con pan y circo. No tenemos más que ausencia, incertidumbre y el clamor de un pueblo que quiere una vida autónoma, porque aquí hasta para vivir hay que pedir permiso.




Daniela Romero