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Creo que hay que seguir hablando del niño sirio Aylan Kurdi, no porque la fotografía de su cadáver sea viral en internet; sino porque desnuda una de tantas realidades de nuestro mundo.

Este chico falleció en el mar cuando su familia intentaba huir de las calamidades de su país, de la violencia, del hambre, de la carestía… Pero (que vaina con el bendito “pero”), este es solo un caso de miles de dramas que se viven en la zona. Violaciones a mujeres, acoso, persecuciones, esclavismo, asesinatos crueles y muchísimas otras cosas que no sabemos.

Estas realidades no son exclusivas de Siria, hay un fenómeno global, hay países donde la pobreza, la violencia y la cultura están fuera de la civilidad, donde los derechos civiles y humanos simplemente no existen, donde los estados no generan bienestar, donde la economía y formas de producción internacionales dejan huella implacable, donde el ser humano no vive, sobrevive…

Por esto vemos fenómenos de desplazados, de emigrantes (forzados o no), quienes buscan mejores condiciones de vida para sus familias; y, obviamente, lo buscan en países con mejores condiciones para el desarrollo humano. Allí está la otra contradicción, se debate sobre fronteras y nacionalismos, creo que hay algo de verdad en cada una de las partes, pero eso no soluciona los problemas de fondo.

Pensar que todos los habitantes de países y zonas hostiles deben resolver su problema migrando a países y zonas con menos conflictos es una tontería, de paso, es asumir que esos conflictos no tienen solución, que huir es la única opción y que los países desarrollados pueden asumir en sus territorios a toda la población mundial. Muchos de quienes viven estos dramas ciertamente no tienen otros mecanismos de solución, porque no hay capacidad ni fuerza social capaz de lograr transformaciones profundas en sus países, quienes languidecen en la violencia y la pobreza ante la mirada indolente del primer mundo y con la sonrisa oculta de los poderosos.

No es casualidad, en todos los continentes ocurren estas situaciones, pareciera asombroso que en la segunda década del tercer milenio haya en el planeta Tierra zonas donde las únicas leyes que prevalecen son las de Darwin y las de Newton; donde lo mejor y lo peor de la raza humana  pone en tela de juicio la humanidad del mundo “civilizado”. No es casual porque el juego de intereses económicos y geopolíticos está por encima de la vida de un niño, porque los poderosos nos ven como cifras estadísticas, electores, trabajadores y consumidores potenciales; porque, no guste o no, hay humanos más importantes que otros humanos dependiendo de su raza, condición económica, país y zona de origen, religión, condición sexual y pare usted de contar.

No es fácil escribir estas líneas, aunque a foto de Aylan Kurdi nos parezca una realidad lejana, porque así queremos verlo, lo cierto es que son realidades con similitudes en nuestro país Venezuela.

¿Acaso no vimos la foto del niño Kliubert Roa asesinado por un policía en Táchira?,  ¿no vivimos el drama de los desplazados en la frontera y un fenómeno migratorio?, ¿no vimos la foto de una anciana muerta aplastada en una cola?, ¿no ocurren crímenes de igual crueldad que los que comete el Estado Islámico?, ¿desconocemos las denuncias de violaciones a mujeres indígenas en el Amazonas por los mineros ilegales y la Guardia Nacional?, ¿no sufrimos niveles de escasez de medicinas y material médico comparables con países africanos en desgracia?,  ¿no hay grupos armados delincuenciales en los campos venezolanos secuestrando,  extorsionando e imponiendo su ley?, y… ¿No somos agredidos por el estado en cada área de nuestras vidas?.

¿Será que necesitamos la foto de un niño venezolano muerto injustamente para entender la magnitud de nuestro caos social y económico?


La foto de Aylan Kurdi me llena de arrechera, pero para mí no es un niño sirio, es solo un niño; un niño de cualquier nacionalidad, de cualquier raza, de cualquier religión, un niño que puede ser venezolano, un niño que puede ser su hijo o el mío; y eso duele.