En la Antigüedad se daba por sentada la idea
del «eterno retorno», que explica que nuestro mundo se daría de nuevo y
ocurriría más o menos lo mismo en él; que todo era un ciclo que se iba
repitiendo. De seguro los llevó a pensar esto lo mismo que lleva a pensar a
José Arcadio Buendía que sigue «siendo lunes»: «mira el aire, oye el zumbido
del sol, igual que ayer y antier». Vendrá de allí, a lo mejor, el concepto de déjà vu; ese que nos hace sentir que
volvemos a vivir una experiencia que ya hemos vivido, aparentemente habiéndola
olvidado. Todo esto lo representaban bajo el uróboros, que es una serpiente o
dragón que se come a sí mismo desde la cola eternamente. Bajo este mismo
esquema de pensamiento, además, Nietzsche propuso su teoría del eterno retorno,
pero con la variante en la que, en ésta, la vida se repetiría de nuevo con
exactitud, tanto lo bueno como lo malo, tanto lo grande como lo pequeño. Esta
concepción es abrumadora, y más aun porque en realidad, para ordenar nuestro
espacio, necesitamos verlo bajo un esquema lineal en el que una cosa lleva a la
otra, en el que nada es igual. Donde hay un pasado, un presente y un futuro.
Sin embargo, cualquiera sea el esquema adecuado al final (probablemente un
punto medio, como suele ser con todo), nada nos puede salvar de este
sentimiento de fatalismo cíclico.
Si
tuvieras la certeza de que hay un eterno retorno nietzschiano, ¿continuarías haciendo lo que haces en estos
momentos?
Para
el 23 de enero el Movimiento Liberación 23 (la convocatoria se ha hecho
coordinadamente con otros en otras ciudades del país también), de la
Universidad de Los Andes (ULA), ha llamado a una marcha en protesta
(aparentemente) por la escasez, inflación, corrupción, inseguridad y demás
problemas que nos aquejan. Sin embargo, el único mensaje que te queda claro en el cartel es el
mensaje de «#MaduroRenunciaYa». En ocasión de la conmemoración de un
año más de la huida de Marcos Pérez Jiménez, los estudiantes «tomarán» la calle
de nuevo para exigir al Estado que se cumplan las condiciones básicas de vida.
Es un clamor tan básico y tan simple, pero diluido en ese gran mensaje general
de renunciaya. Me parece estar
viviendo el año pasado de nuevo, solo que peor y por adelantado. El problema no
es la marcha, el problema es su enfoque.
¿Acaso
era más importante dar como mensaje un ¡Maduro, renuncia!, a decir que la ULA
está a un paso de quedarse sin comedor; que su presupuesto es deficitario y
todavía no se sabe cómo se llegará a final de año? ¿Era eso preferible y no
pedir implementación de soluciones efectivas para la carestía, para los
descalabros económicos? Aunque eso parezca ser una de las bases de la protesta,
se vuelve nada bajo la consigna totalizadora de «#MaduroRenunciaYa». Y, lo que
es peor, la marcha saldrá desde FACES (Facultad de Ciencias Económicas y
Sociales), en Mérida, pero por ningún lado se observa cuál es su destino.
¿Marchamos sin rumbo, ahora?
Me
parece que estoy por volver a vivir el 12 de febrero del 2014; y mi problema es
que me parece más contraproducente perder clases que otra cosa. Creo plenamente
que las protestas son compatibles con la continuidad de las actividades
académicas; llamar (u ocasionar un paro) puede
funcionar en un Estado al que le importe que su juventud se forme porque es la
generación de relevo, pero tal parece que a nuestro Estado eso le trae bastante
sin cuidado. Tal vez es una cuestión difícil, pero lo ideal es que la protesta
se lleve también en el aula, porque la Academia se hace en ellas y no en otro
lugar. Porque siempre son unos grupos irregulares quienes se encargan de
generar las condiciones para que se suspendan las actividades; tenemos dos años
en los que los primeros meses son perdidos, ¿vamos hacia el tercero? Y la
situación es incluso más crítica ahora, porque nos enfrentamos a un hipotético
colapso sistémico ante nuestros ojos. Hemos llegado a una situación dantesca en
la que no se puede planificar algo con más allá de dos semanas de anticipación;
y, si lo haces, vives con la zozobra de que algo suceda y te impida hacerlo en
el tiempo planeado.
Quiero
repetirlo de nuevo: el problema no es protestar, es su finalidad. ¿Vamos a
gritar cuatro consigas perdidas al viento y ya?
Y
esto lo ocasiona el hecho de que no nos hemos podido organizar efectivamente (debido
a la atomización que genera el hecho de que la MUD, y cuando la nombro a ella
me refiero a todos los partidos que hacen vida allí, se empeña en no
representar lo que necesitamos); tener un criterio unificado de lucha no
significa el cercenamiento de la iniciativa individual. Estamos ante el
Leviatán (al parecer) indomable de crearnos una idea de Venezuela en la que
quepamos todos (y una Venezuela dentro de cien años también; una Venezuela en
un mundo que no necesite petróleo…), y ponernos de acuerdo en elementos
generales de cómo queremos lograrla; estamos ante esta tarea titánica de
agruparnos sin que nadie se imponga sobre nadie, donde el mecanismo de lucha no
cercene al otro. Al poner una barricada no invitas a hablar; invitas a obligar
al otro a aceptar tu criterio y luego (si te encuentras de buenas), hablar.
El
problema de estas cuestiones de países, de sociedades, de hombres, es que la
opción de darse por vencido no existe; no queda más que seguir intentándolo.
¿Y
la MUD acaso no se da cuenta que no se puede seguir marchando de Chacao a
Chacaíto? Tal vez sería más importante crear espacios de diálogo popular en el
que se discuta esta idea de una Venezuela posible, y no seguir moviéndose bajo
la zona de confort y de seguridad. Tenemos también ante nosotros la tarea de
encontrarnos, de hacer que los dos extremos de las clases sociales se miren y
nos demos cuenta que la misma sangre corre por cada uno de nosotros;
reconocerse en el rostro del otro, reconocerse en sus facciones como una misma
cultura que tiene un fin, un interés que cumplir. Descubrir que padecemos, así
sea con variantes, lo mismo. Descubrir el signo del proyecto de país tan
necesario. Hoy, más que nunca, se nos hace impostergable y necesario. ¿Dónde
están los partidos políticos para facilitar este proceso?
Porque
la protesta es más que gritar himnos e hinchas al aire, que estos se pierdan en
la inmensidad del espacio. La protesta debe tener un fin específico, ante la
institución que puede resolverlo. Y si las ganas están, ¿qué falta? Una
dirección política unificada; una casta política que en verdad se dedique a
ejercer una presión institucional respaldada por la protesta y la presión
popular. A veces me pregunto cuánto nos deslegitimamos en nuestras luchas al
ocasionarnos un paro; y, en la política, la legitimidad es santa.
Porque
la protesta es más que marchar sin rumbo fijo por una ciudad, hasta que los
pies se cansen y los gritos se vuelvan palabras vacías, con una petición que es
más un deseo de navidad que otra cosa (por su ambigüedad); si quisiera hacer
eso, iría a una caminata benéfica. Y lo que es peor, en esas por lo menos
tienes un rumbo y un fin estipulado…
Por Daniel J. Oropeza
En Twitter: @Dann_I9