El estado comunal representa el paroxismo
de la lógica oficialista. Es quizás, el más sofisticado mecanismo de
control y subordinación de la sociedad, que ha pasado por las mentes de
los ilustres pensadores del llamado socialismo del siglo XXI, la
ecuación fundamental, que, cual Bosón de Higgs, vino a desenmarañar los
grandes misterios que se escondían, en ese universo caótico e
incomprensible al que nos ha dado por llamar chavismo.
La formula es sencilla: el partido es el
gobierno, y el gobierno es el estado. Ergo; partido, estado y gobierno
son una misma cosa, y todo lo que esté fuera de esa nomenclatura,
simplemente se subordina, se somete, se sacrifica en nombre de los
“intereses” supremos del Estado. Ese Estado que es el gobierno, que es
el partido, que es total.
Estado Comunal ¿Hecho en socialismo?
La producción endógena ha sido siempre la
consigna del régimen chavista. El endogenismo bolivariano ha aparecido
en todos los espacios de la vida nacional. Con grandes vallas y micro
cadenas los miércoles de cada semana, las agencias de noticias del
estado, nos recuerdan que somos una economía boyante y soberana. 14 años
después de la primera victoria electoral de Chávez, podemos sentirnos
orgullosos al afirmar que contamos con cultivos endógenos, areperas
endógenas, y por si fuera poco -la marca de fábrica de la casa- derecha
endógena.
Sin embargo, pese a la incesante producción
endógena, por alguna misteriosa razón, seguimos importando más del 80%
de las cosas que consumimos. Desde un par de zapatos hasta un paquete de
caraotas, todo viene de afuera, bien sea de los países hermanos de la
comunidad del Alba, de los países hermanos del Mercosur, o por qué no,
del enemigo imperial y sus aliados. Producimos petróleo y algunas otras
cosas, es verdad, pero las brillantes ideas de los ilustres pensadores
socialistas del siglo XXI, no son tan criollas. No fueron hechas en
socialismo, y tal vez sus orígenes se remonten a épocas anteriores a las
hazañas vividas por el presidente-arañero, y muy probablemente hayan
visto la luz en tierras bastante lejanas al cajón de Arauca.
El discurso oficial asombra y confunde.
Pareciera que la dicotomía entre el verbo y la acción fuera una zanja
inmensa, imposible de atravesar, y que la incoherencia fuese un lugar
común en este gobierno. Contrario a esa creencia, la coherencia
gobiernera se muestra cada vez más clara y definida, hay que importar,
importar todo, tanques, fusiles, aviones, aliados, guerras, enemigos…
todo, todo hay que importarlo, incluso las ideas más atrasadas y
reaccionarias.
En noviembre de 1933, durante un discurso pronunciado ante el Consiglio Nazionale delle Corporazioni,
Benito Mussolini, trazó las líneas sobre las que se construiría el
estado fascista. El Duce, planteaba que el fascista en tanto estado “orgánico, humano, íntimamente unido a la realidad del pueblo italiano”,
debía dotarse de mecanismos que hicieran posible la realización de las
aspiraciones de grandeza e inmortalidad, que una vez marcaron el camino
de los Fasci italiani di combattimento, cuando estos ascendieron en su mítica marcha sobre Roma.
Para ello, era necesaria la creación de una
instancia capaz de aglutinar y cobijar en su seno, al resto de las
formas organizativas de la sociedad. Unir al capital, a la técnica,
a la política, en un solo órgano controlado y vigilado desde el poder,
ese era el objetivo. Las Corporaciones, fueron el instrumento.
La Cámara de Diputados -a pesar de ser mayoritariamente fascista-, era asunto del pasado, un mundo demolido por los fascios. Mussolini afirmó que nunca le había gustado, y que por tanto, debía ser disuelta.
Las organizaciones de trabajadores y campesinos, debían responder y obedecer la disciplina de la fe.
Debían sacrificar sus aspiraciones por la edificación de un Estado que
encarnaría todas sus esperanzas, sus energías y sus luchas. La
movilización, fue lentamente sustituida por la subordinación.
La Corporazioni
Las leyes del poder popular –afirman los voceros
oficiales- anuncian el avance indetenible hacia la construcción del
estado comunal. Nuevas instancias organizativas han nacido bajo la égida
del estado para asegurar el control de las organizaciones sociales y la
sociedad en su conjunto. Con ellas se han ido creando formas novedosas
de interrelación y vinculación, entre la ciudadanía y el gobierno, que
progresivamente han desplazado a los espacios naturales de organización,
participación y expresión de la colectividad, minando su autonomía y
capacidad de movilización, e intentando transformarlos en apéndices
burocratizados del partido-estado-gobierno, en gestores del conflicto y
en corporaciones al servicio del poder.
El artículo 7 de la Ley Orgánica del Poder Popular señala entre los fines de éste el “coadyuvar
con las políticas del estado en todas sus instancias con la finalidad
de actuar coordinadamente en la ejecución del Plan de Desarrollo
Económico y Social de la nación”. El Poder Popular, no nace
entonces como un espacio real de participación del pueblo para el diseño
y construcción de los planes de la nación, al contrario, las instancias
que lo componen, actúan como instrumentos de mera ejecución y
coordinación de la política ya definida. Más adelante el artículo 17 de
la misma ley, destaca como ámbito del poder popular “el cumplimiento de los lineamientos estratégicos del Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación”.
Las instancias del Poder Popular (consejos
comunales, consejos de trabajadores, consejos educativos), concebidas
bajo la lógica oficialista, obedecen a la idea de consolidar los
mecanismos de control y subordinación; el descontento y la protesta
social se “institucionalizan” mediante la tramitación de una forma legal
ante el Ministerio del Poder Popular con competencia en la materia. Además,
pareciera que el registro exitoso de estas instancias responde a
intereses clientelares, basados en la afiliación y lealtad al partido de
gobierno.
El estado corporativo de Mussolini requería “un
partido único que permita la acción de la disciplina política… y que
esté por encima de todos los intereses en contraste; que sea un vínculo
que une a todos en una misma fe”. Este modelo actual de
corporativismo, intenta absorber las demandas y exigencias de la
sociedad, cooptar sus luchas y clientalizar al movimiento de masas,
poniéndolo al servicio del partido oficial.
El Andamiaje represivo
Paralelamente, el corporativismo chavista crea
el andamiaje legal que garantice el eficaz empleo de la represión al
servicio del estado total. La nueva Ley Orgánica del Trabajo,
los Trabajadores y las Trabajadoras (LOTTT) contiene restricciones al
ejercicio de la libertad sindical y el derecho a huelga, la Ley Orgánica
de Seguridad de la Nación, criminaliza el derecho a la protesta,
imponiendo penas a quienes realicen manifestaciones en zonas catalogadas
de seguridad.
Por su parte, la Ley Orgánica contra la
Delincuencia Organizada y Financiamiento al Terrorismo (Ley Sapo),
aprobada en abril del presente año, contempla penas para las personas
naturales y jurídicas, que sean calificadas como terroristas o
cooperantes con el terrorismo. La Oficina Nacional contra la
Delincuencia Organizada y Financiamiento al Terrorismo, organismo creado
con este instrumento jurídico, diseñará –discrecionalmente- las
políticas de estado en materia de control a las actividades catalogadas
como terroristas, que deberán ser ejecutadas por los entes de control señalados en la misma ley.
El estado corporativo no es una invención del socialismo. Es la “síntesis nueva”
que refería Mussolini en su discurso de 1933. Un
partido-estado-gobierno que habla de revolución y socialismo, pero es
socio directo de las transnacionales y la banca internacional, que habla
de obrerismo, pero persigue y encarcela a los obreros. Una síntesis
perfecta entre el capitalismo más entreguista y antiobrero, con un
discurso de redención social. El corporativismo chavista, es el intento
de construir una sociedad adormecida, desarticulada, escondida de los
miedos creados desde el poder, ese poder que se sustenta en el culto a
la personalidad del líder, en la creencia ciega en sus facultades extra
terrenales, en la voluntad de poder, la “Der Wille zur Macht” de la que hablaba Nietzsche.
El dique construido por la corporazioni bolivariana
para contener el descontento y la protesta popular, lentamente se irá
agrietando, por esa grieta pasarán los miles que han sido estafados
durante años, gritaran su ira, sus frustraciones, sus aspiraciones.
Darán una bofetada al poder y proclamaran que el verdadero Poder Popular
no puede ser engavetado en ningún Ministerio.